Entretanto

03.05.2020

Por Laura Zapata y Nacho Diperna

Últimamente nos perdemos en los días y las horas. El calendario parece escurrirse, los minutos escapan a su rígido patrón de 60 segundos y hasta se podría sospechar que cada uno de ellos se justifique en los 9.192.631.770 ciclos de radiación de un átomo de cesio. La rutina, hasta hace algún tiempo estructurada y nerviosa, se fuga y licúa entre mensajes de WhatsApp, videollamadas de las más diversas aplicaciones y la utopía de la redes. 

Mientras tanto el mundo sigue orbitando y respetando su eclíptica en la cual se pasea y completa, junto a nosotros y nuestro constante ir y venir de la cocina al living una serie infinita de paseos a través de la galaxia. En el plano terrestre la vida humana ha sufrido un freno para algunos más brusco que para otros. Desde hace algunas semanas nos sentimos y estamos un poco más lejos, un poco más solos y con mayores cargas de incertidumbre. 

El COVID-19 es un hecho incontrastable y objetivo, no vale la pena extenderse sobre su corta pero intensa vida, lo que resultaría aburrido además de atizar la paranoia y darle más protagonismo del que ya tiene. No obstante, su presencia ha afectado nuestra vida cotidiana de maneras impensadas donde la novedad es moneda común. 

La casa ha vencido la tensión entre lo público y lo privado: en el comedor un grupo de trabajo de Udelar intenta contribuir con colectivos en situación de vulnerabilidad, en el escritorio una asamblea sindical determina el aporte destinado a las ollas populares de la ciudad y en la cocina los perros calculan el plan perfecto para asaltar los platos que se acumulan de vaya a saber qué día. El reloj de la pared cómplice de este tinglado decidió detenerse a las 14:40 o a las 02:40, no hemos tertuliado sobre el tema para definir cómo leerlo, tampoco nos parece importante. Quizá por miedo a perdernos en su interior y terminar en "La calle de los mendigos" o, para darnos cuenta luego que la Oficina Internacional de Pesas y Medidas con su lógica burocrática nos determina más de lo que queremos aceptar. 

La vida cotidiana, esa esfera a decir de Agnes Heller heterogénea e inmediata, pragmática, jerarquizada inconscientemente e irreflexiva donde los individuos actúan, producen y se reproducen aparece ahora más que nunca permeable y condicionada por la dinámica de lo social. 

La exhortación en los medios de comunicación más variopintos coincide en un único mensaje: "quedate en casa", "al coronavirus le ganamos entre todos". El aislamiento físico (y no social), como primera medida para afrontar la propagación del virus cuenta con amplio sustento científico y está claro que cualquier ser humano que tenga un mínimo sentido gregario no podría, en su sano juicio, exponerse a sí mismo y a quienes le rodean ante una amenaza de la que desconocemos antídoto. 

Pero resulta complicado decirles a Victoria y Emiliano que no salgan a "conseguir el peso" cuando la changa se paró y tienen hijos de 2, 4, 14 y 16 años. Mientras los más grandes se suman a las tareas de cuidado esperan ansiosos que pasa con las clases, recibiendo por vaya a saber por qué fauna de plataformas demandas de tareas y actividades que no siempre pueden realizar. 

También es complicado que Alicia, empleada de una tienda textil hija de la pluma de Nabokov, deje de elaborar y vender tartas porque le redujeron la jornada laboral y por ende el sueldo aduciendo la caída de ventas mientras el patrón aprovechó para recluirse en su estancia a 45 km de la ciudad y seguir de cerca el comienzo de la cosecha de soja. 

Cómo se le dice a Mario, ocupante del extremo más desnudo de la brecha social que se quede en casa cuando en realidad no tiene una y apenas recuerda cómo se siente escuchar la lluvia desde la comodidad de una cama, que no sea la acera pública o el banco de la plaza. 

Por lo pronto desde el micro mundo de la biblioteca, al calor de la estufa y con la taza de café que se enfría no queda más que asumirnos responsables de este intento de descifrar el mundo en clave de desigualdad que nos involucra y nos interpela. 

Se hace evidente que las condiciones en las que nos toca llevar el aislamiento son diversas. Las que tenemos nosotros, no son las que otros tienen, las que otros tienen no son las nuestras. Sin embargo es habitual el funcionar con criterio reduccionista rumbo a la mismidad. Es decir, simplificar la totalidad de lo existente a las categorías que me son conocidas, propias e incluso entendidas como inmanentes, naturales u obvias. 

Emmanuel Lèvinas, que vive en nuestra biblioteca, señala que la posibilidad de distinguir desde su singularidad a la otredad, "al otro", necesita de la hospitalidad. Ser hospitalarios permite ese reconocimiento, pero exige un corrimiento de nosotros, de nuestros "yo" del eje de la cuestión, dejar de ser la única visión que descifre lo real. Exige aceptar la vulnerabilidad inherente que nos configura y que hoy más que nunca y por mucho que nos pese está en todos lados, en los cuerpos, en las palabras, en los sueños, en las paredes en todo y cada momento. 

Pues bien, no basta con la exhortación a quedarse en casa y aguantar el chaparrón. La situación actual pone de manifiesto las desigualdades que conforman y estructuran nuestras sociedades y que se expresan en las diversas posibilidades que los distintos sujetos tienen para afrontar la situación de aislamiento. Situación que se impone casi como imperativo categórico. 

Pero algunas personas parecen indignarse más por la feria que se arma en la esquina de su casa o las ollas populares, que por la violencia de las mesas vacías y las barrigas silbadoras. Alienarse tiene eso, es casi hermano del olvido y de la hipocresía. Gestor de falsa conciencia. La emergencia sanitaria tomó por sorpresa a "todos", no obstante el peso de la pandemia de hecho recae sobre los hombros de "unos cuantos". 

El mundo de los Hombres, pretendió continuar su camino "como si todos" tuviéramos la posibilidad de trabajar y estudiar desde casa, cuidar a nuestros seres queridos dependientes, parar la olla y hacer como si nada muy relevante pasara. Nuestros gobernantes piden un esfuerzo, poner el cuerpo, sostener en la medida de lo posible la actividad productiva aunque ello implique invertir más horas de vida y recursos propios, así como renunciar a condiciones laborales básicas por un mismo salario en el mejor de los casos. En estas circunstancias no queda más que agradecer, quienes pueden, no ser un número más en la extensa lista de solicitudes a Seguro de Paro y Despido de BPS. 

Detrás de la invocación al "juntos podemos", se esconde una responsabilización del sujeto, obligado a actuar en un sentido altruista en pos del bien común. Pero que conforme pasa el tiempo se encuentra cada vez más solo y aislado, y debe mantenerse así, aunque su sistema de seguridad social ya no lo proteja, sus redes de sociabilidad se debiliten y su empleo ya no exista. 

Es bien sabido que la exhortación y exaltación al individuo se ha generalizado en la llamada sociedad post-industrial de la mano del discurso neoliberal dominante. Idea que si bien tiene asidero en buena parte de la población encandilada por la promesa del éxito, solo aplica a un porcentaje ínfimo y no repara en la suerte reservada a otros individuos, a decir de Castel "igualmente comprometidos en el remolino de cambio, pero que son impotentes para dominarlo". 

Para que existan ganadores en el juego, también deben existir perdedores. Bourdieu una vez dijo que los perdedores o individuos "por defecto" carecen de aquellos capitales que permiten enfrentar las novedades; soportes o recursos que les permiten valerse por sí mismos. Son muchas las personas que en el contexto de actual emergencia sanitaria pueden comprenderse dentro de esta definición, las que se hallan embestidas por las actuales dinámicas que exigen protegerse a sí mismo, ser responsable de sus acciones y elecciones, haciendo frente a las contingencias de la vida ante el resquebrajamiento de los lazos y protecciones colectivas. Nos hallamos cada vez más, en una "sociedad de individuos". 

Nuevamente la reducción, el empate no es disfrutable para el espectador, para aquel que mira y no juega. La historia en este sentido se reduce a ganadores y perdedores. En la misma lógica, hemos aprendido que quienes ganan son los buenos y los malos quienes pierden. Los modelos a seguir, los que nos aparecen expuestos y deseables, esos buenos que queremos ser siempre lejos y distantes de los malos, incluso mejor si logramos no verlos. 

Sin embargo, no es necesario quemar las naves, afloran desde las entrañas mismas del pueblo expresiones de solidaridad a lo largo y ancho del paisito. Estas expresiones siempre son bienvenidas, sobre todo cuando tienen una raigambre popular y aparece la sociedad civil organizada; nos recuerdan que el espíritu comunitario vive, lucha y encuentra en contextos adversos formas de colarse entre las grietas del individualismo. 

Estas respuestas no pueden suplir el rol del Estado, no sería justo ni acertado. La responsabilidad es política en sentido aristotélico: tanto como disciplina arquitectónica, tanto como arte de la posibilidad. Posibilidad de nuevas construcciones, con nuevos fines desde nuevos sujetos. Al final será creer que 2002 y 2020 tienen algo en común y aprovechar esa linealidad para tomar fuerza y saber que el futuro será mejor; penoso placer filosófico que juega desde lo posible a lo existente para no naufragar. 

Quizá sea tiempo de reivindicar el valor de lo colectivo y comunitario más allá de la emergencia y aprendamos de una vez por todas, a través de la experiencia y la reflexión que debe acompañarla, la lección que algunos maestros nos dieron pero que aún hoy seguimos reprobando: 

"Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión" 

Paulo Freire 

Ignacio Diperna Oyamburo (Docente de Filosofía)

Laura Zapata (Docente de Historia y Lic. en Trabajo Social) 


Referencias: 

Beck, U. (1997): "La reivindicación de la política: hacia una teoría de la modernidad reflexiva", en Beck, U., Giddens, A y Lash, S. Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid, España. Alianza Universidad. 

Castel, R. (2012): "El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del individuo". Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina. 

Freire, P (2002): "Pedagogía del oprimido". Siglo XXI Editores, Argentina. 

Gutiérrez, A. (2006): "Las prácticas sociales: una introducción a Pierre Bourdieu". Córdoba. Ferreyra Editorial. 

Heller, A. (1972): "O cotidiano e a história". Río de Janeiro, Brasil. Paz e Terra. 

Levrero, M (1998): "La máquina de pensar en Gladys". Montevideo. Editorial arca. 

Lèvinas, E (1977): "Totalidad e infinito". Salamnca. Editorial Sígueme.

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