Análisis sobre "Ariel", de Rodó

03.11.2017

El siguiente es un trabajo elaborado como "segundo parcial" en el curso de "Historia de las Ideas de América Latina", dictado por el profesor Richard Montiel en el Instituto de Profesores Artigas.




¿Quién fue José Enrique Rodó?

José Enrique Rodó nació en Montevideo el 15 de julio de 1871, en el seno de una familia de padre español y madre oriental. Falleció en Palermo (Sicilia), Italia, el 1º de mayo de 1917. Su obra se vio caracterizada, esencialmente, por su reconocida prosa. A decir de Ardao; "fue escritor y pensador. Es antes lo primero que lo segundo". En 1900 publicó "Ariel", obra que tuvo un importante eco en todo el continente. Fue colaborador de Los Primeros Albores. Además, con Martínez Vigil y Pérez Petit, fue fundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895). En 1902 y 1907 fue electo diputado por el Partido Colorado. En 1916 se trasladó a Europa como corresponsal de la revista argentina Caras y Caretas. Es considerado uno de los mayores ensayistas del modernismo hispanoamericano. Dentro de sus obras se destacan Ariel (1900), obra que desarrollaremos en este parcial. Allí propuso un idealismo espiritualista que, desde la síntesis de la estética como ética que permita orientar una práctica a modo de defensa cultural de los países de Hispanoamérica ante el creciente expansionismo de EE UU. Además, es autor de Motivos de Proteo (1909), donde postuló su filosofía moral, y de El mirador de Próspero (1914), donde elaboró una recopilación de ensayos sobre escritores hispánicos. La novela nueva (1897), Liberalismo y jacobinismo (1906) y Nuevos motivos de Proteo (1927) son otras obras de su autoría.


La Tempestad shakespeariana

"La Tempestad" es una obra de teatro de WIlliam Shakespeare, presentada por primera vez el 1 de Noviembre de 1611, en el Palacio "White Hall" de Londres. La obra, si bien no es ajena a la realidad de su tiempo, tampoco se limita a las condiciones de su época. Tanto es así, que los personajes de la obra, así como sus roles, han dado lugar a varias interpretaciones. Sin embargo, desde la lectura que hoy podemos hacer, "La Tempestad" es una obra que puede ser interpelada desde el lugar del colonizador y el colonizado, y es que la colonización británica de norteamérica, presente en los tiempos en que Shakespeare elaboró esta obra, era un motivo de inspiración que merece un mayor análisis.


En 1609 una flota inglesa que navegaba rumbo a América fue sorprendida por una tempestad que provocó el hundimiento de la nave capitana. Según narra Aníbal Ponce en su libro "Humanismo burgués y humanismo proletario", la "nave del almirante había sido arrojada sobre las costas de las Bermudas, sin que uno sólo de sus hombres pereciera". Fue luego de 18 meses que los navegantes regresaron a Europa, tiempo suficiente para que sean considerados ya muertos. Así, la aventura "corrió en todas las lenguas, bajo las mil y una formas de los relatos fabulosos y las narraciones tupidas". Así, llegó a Shakespeare, quien recibió los relatos y "en el atardecer de su genio", compuso la sinfonía de "La Tempestad". Dirá Ponce que en la "comedia todo parece iluminado por una luz de hechizamiento: nada terrestre, corpóreo, real". Y es que al igual que "Sueños de una noche de verano", nuevamente las criaturas fantásticas aparecen en escena. Sin embargo, "La Tempestad" no escapará de la condición humana de su creador, hijo de su sociedad y de su tiempo. Si bien la isla en la que transcurre la historia será ficticia, esta no estará exenta de los símbolos propios de la literatura del siglo XVI, con apariencias estéticas que no eran sino traducciones de la nueva situación de la burguesía naciente, que eran impuestas a los hombres de ese siglo. Desde el concepto del "hombre singular", propio del Renacimiento, las relaciones sociales se vuelven un medio al servicio de las aspiraciones de actores privados. Éstas aspiraciones serán el marco de una nueva cultura social, apropiada en términos de Ponce desde "el mercader a quien empiezan a estorbar las trabas que el feudalismo puso al comercio" como al "humanista que afirma por los labios de Lorenzo Valla; Mi vida es un bien más precioso que la vida de la universalidad".


"La Tempestad" de Shakespeare se realiza a partir de hombres solitarios. Sin embargo, bastarán esos cuatro seres para simbolizar la época atravesada. Próspero será el tirano ilustrado que la época renacentista alababa. Es un soberano despojado, quien ha llegado con su hija Miranda, a través de un azar feliz, a una isla lejana, la cual estaba habitada por una bruja y un monstruo, quien posteriormente será esclavo de Próspero y Miranda. El nombre de este monstruo es Calibán, quien simboliza a "las masas sufridas". Con el arte de mago aprendido durante el viaje hacia la isla, Próspero logró vencer a la bruja y tomó para sus servicios al monstruo Calibán. Además, Próspero encontró a un prisionero en la corteza de un árbol, un espíritu dócil que en otros tiempos había sido condenado por desobediencia, por la bruja. Así, y desde un interés concreto de hacerse de sus servicios, Próspero liberará a Ariel, "genio del aire, sin ataduras con la vida". Este esclavo será menos rudo que Calibán, pero esclavo en fín.


En los personajes de Próspero, Ariel y Calibán se resumen las distintas visiones humanistas. Próspero, amigo de los libros y del arte de la magia, representa al déspota que no tolera otra voluntad que la suya. Al igual que los monarcas de su tiempo, siente una profunda sensibilidad por los halagos de la sabiduría y aprecia la inteligencia. Sin embargo, apenas Ariel lo contradice, Próspero lo castiga y lo insulta.


La historia será dura con Calibán. Shakespeare descarga en él adjetivos como "terrón de barro", "infecto esclavo", "semilla de brujo", "pedazo de estiercol". Un personaje lujurioso y ebrio, será descrito como maligno y cŕedulo. Constantemente, Próspero lo trata con repugnancia. Es interesante el episodio en el que Miranda le recrimina: "Es un villano que no me agrada de ver", a lo que su padre le responde: "como quiera que sea, no podemos pasarnos sin él. Enciende nuestro fuego, sale a buscarnos leña y presta útiles servicios". Con esas palabras, al menos es cuestionable la monstruosidad de Calibán, y lleva a replantear si no se trata más bien de una enorme injusticia la que sufre por parte de su dueño. Esta injusticia es incluso denunciada por Calibán, quien le recrimina a Próspero en forma de descarga: "Tengo derecho a comer mi comida. Esta isla me pertenece por Sycorax, mi madre, y tú me la has robado. Cuando viniste por primera vez, me halagaste, me corrompiste. Me dabas agua con bayas; me enseñaste el nombre de la gran luz y el de la pequeña, que iluminan el día y la noche. Y entonces te amé y te hice conocer las propiedades todas de la isla, los frescos manantiales, las cisternas salinas, los parajes desolados y los terrenos fértiles [...] ¡Maldito sea por haber obrado así!... ¡porque soy el único súbdito que tenéis, yo que fui rey propio! Y me habéis desterrado aquí, en esta roca desierta, mientras me despojáis del resto de la isla!"


La historia será otra con Ariel. Próspero le llamará con otras expresiones, tales como "mi bravo espíritu", "mi gentil Ariel" . Por su parte, Ariel conoce palabras de cotejamiento, que utilizará constantemente al referirse a Próspero. "¡Salve por siempre, gran dueño! ¡Salve, gran señor! ¡Vengo a ponerme a las órdenes de tu mayor deseo! . Además, cuando recibe un regaño de Próspero, es común encontrar a Ariel ofreciendo sus disculpas y prometiendo cumplir "sus funciones de espíritu". La aspiración de este personaje es volver a confundirse con el aire y por tanto el mundo de los hombres le es constantemente indiferente.


El pequeño mundo de la isla se verá conmocionado por problemas arrastrados de las lejanas tierras que ya formaban parte de la historia. Antiguos enemigos de Próspero, que en otro tiempo le arrebataron el ducado, también llegarán a la Isla Encantada en carácter de náufragos. Este episodio será aprovechado por Calibán para elaborar una conspiración contra Próspero. Se dan entonces escenas de humorismo cruel, cuando por ejemplo Calibán propone a un bufón y a un marinero ebrio asesinar a Próspero y tomar el poder. Para lograr su cometido, el monstruo termina arrastrándose, adulando y lamiendo los zapatos del marinero ebrio. Así, logra convencerlos de que Próspero no es nada sin sus libros, por tanto deberán quemar su biblioteca para dejarlo indefenso. El marinero decide aceptar la propuesta, ofreciéndole a Calibán un virreinato una vez que despojen a Próspero.


Sin embargo, Próspero y Ariel enfrentan a la revolución y con tan solo una cuerda con ropa cargada de oropeles logran apelar a la codicia de los revolucionarios, quienes terminan distraídos. Al ser derrotado, Caibán reconoce estar en falta y promete aceptar con calma el destino al que lo obliga su clase. Por el contrario, Ariel obtendrá de Próspero su libertad, lograda por sus servicios. Al conseguirla, se desvanecerá feliz en las nubes.


Si elaboramos un análisis partiendo de la historia de Shakespeare, podemos decir que el papel de Ariel es más similar al de un espectador que al de un actor. Desde el comienzo, actuar es para él un sufrimiento. Ya en Descartes podía verse esta idea de "aspirar a moverse entre los hombres como si fueran los árboles de un bosque". Así, se ve en el humanismo una glorificación del espíritu que exalta a los valores racionales. El entendimiento es separado del resto de las funciones que la acción exige y que el trabajo impone. Sin embargo, para que existan hombres libres, despreocupados por el trabajo, la historia demostró la necesidad de asalariados o siervos que asegurasen el ocio de sus amos. La tradicional afirmación que sostiene a la dignidad única del espíritu puede entenderse como la división del trabajo, la separación de clases que a través de un régimen de esclavitud permite a un grupo de elegidos tener el tiempo para pensar. Así, Ariel no gozaría en el aire la libertad de su espíritu de no ser porque Calibán lleva la leña hasta la estufa en la cual Próspero relee sus libros. Se vislumbra un desprecio por la acción que denota una inteligencia que goza de su aislamiento; el egoísmo por un lado y sentirse alejada de la vida práctica por el otro, llevan a concebir a las ciencias y las artes como demasiado cercanas a la técnica y las manos, a la disciplina del trabajo y a la indignación que merecen por parte del humanismo.


La obra de "La Tempestad", entonces, permite hablar de un humanismo naciente que defiende al aislamiento racional como ideal. Anteriormente, al ver a Alberdi a través del texto de "Filosofía y Nación" de José Pablo Feinmann, veíamos cómo en Descartes la burguesía había generado en el método analítico una ruptura que llamó a desinteresarse de la acción y aceptar el orden constituido. Lo que comenzó como un arma de lucha de la burguesía contra el orden feudal y escolástico se convirtió en un sistema que estabilizó los privilegios obtenidos por esta clase social en desarrollo. La cultura antigua a ella, entonces, pasa a ser concebida desde un lugar estático de la historia.




250 años después, Renan

Renan es descrito como "un ilustre intérprete de la burguesía". Retomó la leyenda de Ariel y Calibán, para darle una nueva interpretación, adaptada "al espíritu de su tiempo". En esta versión, Calibán vuelve a conspirar contra próspero. Seguirá siendo, además, el monstruo descrito. Mantendrá su idea de que los libros guardan el poder de Próspero, lo que le valdrá el comentario; "¡Cómo los odio! [...] ellos han sido los instrumentos de mi esclavitud. Hay que tomarlos, incendiarlos, porque sino otros podrán utilizarlos. ¡Guerra a los libros! Son los peores enemigos del pueblo. El que los posee tiene poderes sobre sus semejantes. El hombre que sabe latín gobierna a los otros hombres. ¡Abajo el latín!".


Por su parte, el papel de Ariel no varía. Sus funciones serán cumplidas con desgano, a la vez que responderá a Calibán con altura. Hablará de "servir a la idea con felicidad", y pondrá esa característica como diferencia insalvable entre él y Calibán. Al momento de la resurrección, Ariel nuevamente estará con Próspero. Sin embargo, en esta versión Calibán será incrédulo ante las artes de Próspero y Ariel. Así, triunfará la revolución, haciendo que Próspero abdique en favor de Calibán.


Con el poder en sus manos, Calibán irá dejando atrás su intransigencia. Los privilegios que antes gozaba su amo, ya no le parecen tan exagerados. Así, se dará el lujo de darle a Próspero una pensión para sus estudios. En esta versión, incluso habrá una bendición del Papa a Calibán. Sin embargo, Ariel no encuentra su sitio. Ya no le basta, como en la versión de Shakespeare, desvanecerse en el aire. Morirá ofendido. "La vida de los hombres - dice - es fuerte pero impura. Yo necesito besos más castos. Todo idealista será mi amante; toda alma pura será mi hermana".


Cuando Renan escribió su versión de Calibán, había vivenciado dos revoluciones. La de 1848 en sus años de juventud y la revolución de 1871 en su madurez. No es menor que luego del triunfo burgués en el 89, el proletariado se asomaba como "enemigo", creciendo y desarrollándose a través de dicha revolución. En junio del 48 y la Comuna del 71, el proletariado comenzó a levantar sus propias reivindicaciones, dejando atrás las banderas de la burguesía, por las que incluso habían derramado tanta sangre. Sus ideales revolucionarios comenzaron a ser auténticos. De este nuevo contexto surgió una necesidad del desarrollo capitalista de entregar a las masas del siglo XIX un mínimo de educación que le permitan trabajar en las máquinas, así como también asumir el rol de capataces. Sin embargo, esa necesidad de generar ejércitos de asalariados fue también el factor que generó las condiciones para un verdadero estallido social. Surge, entonces, una diferencia sustancial entre ambas versiones; mientras que en "La Tempestad" de Shakespeare, Próspero no cree en la posibilidad de brindarle a Calibán una educación, en la versión de Renan Próspero le reprocha haberse apoderado de la educación que le dio para volverla un arma en su contra. Así es como Calibán logró ser inmune a los hechizos de Próspero, y Renán le hará decir: "Cuando el pueblo se aperciba que las clases superiores le han conducido mediante la superstición, ya veras la revancha que se cobrará con los que fueron sus amos".


Renan veía como el proletariado crecía. Sin embargo, su condición de burgués concebía ese crecimiento como una amenaza. La enemistad de clase lo llevará a la conclusión de su drama: el proletariado, aunque triunfante, no podrá durar mucho tiempo en el poder. Es por ello que Próspero acepta, aunque de mala fe, la protección que le ofrece Calibán. Confía en que la situación no será sostenible y que, por tanto, volverá a recuperar su reino. Así, vemos que mientras Próspero acepta la situación de forma estratega, Ariel sencillamente la rechazará apelando a su orgullo. "Allí donde Calibán puede todo -dice-, nosotros no podemos nada, Tocar la lira a esos brutos es como hablar a una piedra en latín".


Se aprecia así también un importante símbolo que significa una barrera entre los hombres, que surge del latín. Como idioma, se trata de nada más y nada menos que un foso que separa a las distintas clases. Este punto es expresado por el historiador burgués del renacimiento, Jacobo Burckhardt, quien en sus propios términos dijo: "El reproche más grave que se le puede hacer al nuevo medio intelectual del Renacimiento es el de ser exclusivo, es el de dividir en dos clases a la Europa entera: la instruida y la ignorante. Pero ese reproche pierde su valor desde que estamos obligados a reconocer que el mal subiste hoy, que todo el mundo lo comprueba y que no podemos, sin embargo, hacerlo desaparecer". Ese mal, mencionado en este fragmento, quizá no sea tan interesante en sí mismo sino en lo que genera: si vemos a Ariel desde la obra de Renán, el Ideal se vuelve incompatible con la vida de los hombres.



"Ariel" de Rodó

Análisis introductorio

En 1900 se editó en Montevideo el ensayo Ariel, de José Enrique Rodó. Anecdóticamente, al principio el libro era poco vendido. Sin embargo, al contar con el impulso de Leopoldo Alas ("Clarín"), junto a Juan Valera (quien reseñó el libro), dándole una relevancia en el marco de la crítica literaria. En América el éxito fue importante tanto en el Cono Sur del continente, como en Brasil, la región andina, el Caribe hispano o en México. La mayor resonancia de esta obra se dió en 1910, entre la juventud cultivada americana, a la que estaba dedicada el ensayo de una forma particular; y es que Rodó no propuso tareas inmediatas para la juventud de su tiempo, sino que buscó iniciar un movimiento y una trayectoria que se dé en forma permanente. Tal fue el reconocimiento, que Rodó era considerado como el máximo prosista y ensayista de la época moderna, siendo Rubén Darío su homólogo en el mundo de la lírica. Incluso en Montevideo se generó un cierto culto a Rodó. Tanto fue así, que cuando fue diputado no faltaban quienes iban al parlamento sólo a escucharlo. Tampoco pasó inadvertido para el comercio (aunque paradójicamente Rodó haya advertido contra el materialismo), que comenzó a circular productos con su nombre o con el de "Ariel". "Arielismo", "arielista" e incluso "arielizar" fueron neologismos nacientes en esa época.


Viene a lugar preguntarse el porqué de tanta repercusión. Se pueden encontrar incluso varios críticos que sostendrán que en Rodó no hay ideas nuevas. Sin embargo, lo que es atribuído a Rodó es su habilidad como autor para sintetizar el espíritu de su época. Dio forma, y en un momento preciso generó con su libro la discusión de distintas tópicas hispanoamericanas. Coincidió con Unamuno (,quien en privado era menos entusiasta de Ariel que en sus declaraciones públicas,) en el esfuerzo por superar el ensayo meramente histórico, político o sociológico. La obra no tiene capitulados ni subtítulos, pero Rodó autografió un temario en seis secciones, junto a una introducción y un epílogo. Es en el proemio donde Ariel será invocado como símbolo de "el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad". Con Calibán como su opuesto, Ariel será señalado como el ideal al que asciende la selección humana una vez que borra sus "tenaces vestigios" de sensualidad y torpeza. El centro del libro gira en torno a la reflexión acerca del Ideal.


Así, la primera sección destaca a la acción para desarrollar la personalidad moral, junto al esfuerzo y la fecundidad del dolor. Este punto expresa que cada generación debe tener su ideal y su puesto en la evolución de las ideas. El ideal es entendido como como una meta que es perseguida, aun sabiendo que es inalcanzable. Sin embargo, definirlo y perseguirlo es lo que le compete especialmente a la juventud. Para ello, Grecia será fuente de inspiración ya que representa a la juventud inextinguible. Al final de esta sección, y de forma repentina, Rodó introduce el americanismo al decir que "América necesita de esta capacidad innovadora de su juventud". En el correr de la obra, habrá un enlace entre una exposición abstracta y otra anclada en su preocupación por el momento americano.


La segunda sección elaborará una crítica la "especialización del conocimiento". Se sostendrá que más allá de las especialidades profesionales y culturales, no puede pasar por alto que hay una "unidad fundamental" que es propia de la humanidad y que debe ser cultivada a través de todos los aspectos del ser. De esta manera, se apunta a que la educación no se encierre en el carácter utilitarista, sino que logre también orientarse al desinterés y al ideal. Una parte del tiempo debe ser dirigida a un tiempo de "meditación desinteresada, de contemplación ideal, de tregua íntima". Sin embargo, también se advierte contra la unilateralidad del ideal, que vuelve al hombre "incapaz de ver la naturaleza más que una faz", entre las las múltiples ideas e intereses que, así, terminarían en "la intolerancia, el exclusivismo".


En la tercer sección, Rodó expone su teoría con clara influencia neoplatónica, en la que identifica lo bello con lo bueno. Así, argumenta que la especialización se vuelve negativa, ya que mata al sentido de lo bello. Aunque el amor y la belleza no merecieran cultivarse por sí mismos, lo merecerían por razones prácticas, ya que el sentido de lo bello elabora una interiorización de los valores que se asemeja al papel de la religión. Perfeccionar a la moral humana consiste entonces en combinar el ideal cristiano de la caridad con la elegancia y la serenidad griega, como se habría logrado de forma pasajera en la época del cristianismo paulino. Si bien Rodó no es creyente, no oculta tampoco su estima hacia el cristianismo, precisamente por promover el amor entre los humanos.


La cuarta sección se ocupará de desarrollar el vínculo entre utilitarismo y el concepto de democracia. La concepción estética de la vida racional es contrapuesta a la visión utilitaria que explica a las actividades humanas basadas en el interés. En espíritu de síntesis, Rodó afirma que el utilitarismo del siglo XIX es justificado por la necesidad de subordinar la naturaleza a los fines humanos, aumentando el bienestar material. Sin embargo, este objetivo, que debía ser transitorio, ha menoscabado esa consideración estética y desinteresada de la vida. La democracia, aquí, asume un papel de mediocrizar a la generalidad. En otras palabras, se entrona a Calibán, símbolo contrario de Ariel. Sin embargo, en este punto Rodó se separa nuevamente del pensamiento de Renan. Mientras este último mantenía un espacio reducido conformado por intelectuales partidarios de un gobierno del espíritu (contrario al sufragio universal y a la educación popular), la democracia para Rodó no se visualiza como negación de la posibilidad de asegurar la excelencia del espíritu si, en conjunto, logra generar ciertas condiciones de igualdad que garantice la selección de los mejores. En el caso concreto de nuestro continente en su tiempo, sería una forma de posicionarse frente al enorme número de inmigrantes que fueron llegando. Sin una cultura adecuada, el número podría aplastar a la calidad a través de la democracia. Podemos aquí tomar la frase de Alberdi: "Gobernar es poblar, (y a partir de la visión de Rodó complementará exigiendo:) asimilando, en primer término; educando y seleccionando, después". El pueblo debería contar con las "subordinaciones necesarias, la noción de superioridades verdaderas" para que, a través de la educación popular, se logre proveer las condiciones de equidad y sentido de respeto por los distintos resultados individuales. Sería entonces deber del Estado garantizar una misma situación de partida. La democracia, entonces, sería el orden que garantice los dos aspectos señalados, junto al ascenso de todos los seres al mismo nivel de cultura, en un futuro ideal. La diferencia entre Renan y Rodó, entonces, radica en que Rodó sustituye el principio de superioridad a partir de la cuna por el de calidad que surge del mérito como forma de generar una constante renovación del grupo de los mejores. Habiendo un consenso que acepte este principio, se dejaría de lado el sentimiento de injusticia y frustración por parte de las grandes mayorías. En palabras de Rodó, el único límite que aparecería para establecer una igualdad sería "el dominio de la inteligencia y la virtud, consentido por la libertad de todos". La superioridad no sería vista entonces como un privilegio, sino que sería un deber para con la sociedad. "La armonía de los dos impulsos históricos", siendo uno de ellos la civilización grecolatina que brinda la noción de orden, jerarquía y respeto del genio, mientras que del espíritu cristiano se extrae la igualdad y la compasión, en una "fórmula inmortal" que haría triunfar a la democracia de forma definitiva.


En la quinta sección, Rodó hará un análisis mucho más "bajado a tierra" sobre el espíritu utilitario. Así, sostendrá que este espíritu es hoy representado por la democracia estadounidense, que realiza entre nuestras sociedades latinoamericanas una "conquista moral". Si bien no habla de imperialismo, habla de una "deslatinización" que se da por "imitación". Aquí surge un neologismo utilizado por Rodó, que es la "Nordomanía", a la cual hay que oponerle los límites de la razón y el sentimiento de acuerdo a la visión integral anteriormente expuesta. Sobre Estados Unidos, dirá Rodó; "No veo la gloria, ni el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos - su genio "personal" - para imponerles la identificación con un modelo extraño". Sobre las naciones hispanoamericanas, dirá que "tienen una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener" que las une al pasado, y que a su vez no debe ser "ahogada por el cosmopolitismo. Entonces, sobre la dialéctica que se daría entre las culturas hispanas y sajonas, a través de una clara metáfora, Rodó dirá que "América se ve a sus ojos enriquecida por esa dualidad original, diferencia genial de dos águilas soltadas simultáneamente de uno y otro polo del mundo que quizás algún día puedan encontrarse no en la homogeneidad y la imitación unilateral sino en la reciprocidad de sus influencias". Incluso, Rodó hará un reconocimiento a los Estados Unidos, país que ha logrado desarrollar "la realización de la libertad, la educación popular, el principio federativo, el culto al trabajo, la religiosidad, la energía espiritual, la práctica de asociación, el progreso técnico, el cultivo de la salud y, en suma, de dos principios que le son caros; por un lado "la vocación dichosa de la acción" y la voluntad. Finalizará con su famosa frase "aunque no les amo, les admiro. Sobre la potencia del norte, será claro que más allá de dichos elogios no cumple con "la idea de la conducta racional" tal como la entiende Rodó. El materialismo de dicha nación no le permite tener una apreciación del ocio, como señala anteriormente Spencer. La unilateralidad basada en la búsqueda del triunfo material, el inmediatismo, el egoísmo generará una visión distorsionada de la democracia, que impedirá una verdadera conciencia nacional. Ingenuamente, Rodó supone que Estados Unidos no podrá instaurar su hegemonía en el mundo dado su "vacío espiritual" y su "radical ineptitud de selección", que irá aparejado con un régimen de desorganización. Sin el ideal estético, el utilitarismo norteamericano podría asegurar una cultura universal pero carente de la "alta cultura". Esta cultura estaría entonces permeada por la mediocridad y el utilitarismo, decantando en la "brutalidad abominable del número". Aunque Rodó no niegue las contribuciones de Estados Unidos al progreso de la utilidad y la libertad, sostendrá que sólo son útiles como base para una posterior etapa de superioridad. Ese papel, como veremos al final, será reservado para Iberoamérica.


Por último, la sexta sección abordará la importancia de del ideal desinteresado como guía de los pueblos. Le preocupaba el destino de las grandes ciudades modernas que empiezan a gestarse en Hispanoamérica, y anticipará la mediocrización del carácter y pérdida de la individualidad. El espíritu de Ariel, vencedor de Calibán, "la chispa inquieta de la vida", será asociado al americanismo. Esas serán las dos vertientes del libro y coincidieron en la esperanza de que Hispanoamérica sea el lugar de realización de la más alta etapa de la humanidad. El ensayo se cierra con un breve episodio, en el que los jóvenes han oído el sermón de su maestro sobre Ariel y deciden salir a la calle para ser arrancados de su ensoñación al "áspero contacto de la muchedumbre".


En resúmen, podemos decir que la "Idea" o el "Ideal", significaban para Rodó un apoyo mediante el cual se logre apuntar a la vivencia del hombre como partícipe de una presentida armonía universal. América necesitaba ejercitar su "gimnástica interior", su calidad espiritual entendida desde la delicadeza de la sensibilidad y el mejor entendimiento de nuestro concepto de lo bello. Sólo así podríamos aproximarnos a cumplir con nuestra predestinación espiritual. Así, en Ariel se denuncian las deficiencias propias que adolece el espíritu latinoamericano, señalando a su vez las vías que podrían conducir hacia su superación. Así, escribe Rodó:

"No aspiréis en lo inmediato a la consagración de la victoria definitiva, sino a procurar mejores condiciones de lucha"

Conceptos clave 

En primer lugar, cabe analizar el concepto de "Americanismo". Rodó distinguirá en el correr de sus obras distintos niveles de afiliación patriótica: El nivel nacional, el nivel rioplatense y el hispanoamericano o iberoamericano (que para él, estos últimos dos son sinónimos). Ninguno de estos niveles es negador del otro aunque, sin embargo, el que predomina es el sentimiento de patria grande, proveniente del pensamiento bolivariano. De allí surgirá también la preocupación por el avance de Estados Unidos. Fiel a la educación francesa que recibió, incorporó al humanismo como cuarto orden de afiliación, sin que fuera para nada contrario al orden nacional.


Si de algo América carecía durante aquellos años, era de una "reserva espiritual" que le permita erigir cualquier tipo de construcción social o política.


Por otro lado, si bien Ariel no es un libro estrictamente filosófico, hay en él (junto a Motivos de Proteo) puntos propios de la filosofía naciente del siglo XX, negadora del positivismo, revalorizadora de la acción, del tiempo, del cambio, de la subjetividad y las individualidades creadoras. Podrá verse también el carácter neo-romanticista en la exaltación de la juventud, la aventura, el heroísmo y la herencia griega como constante alternativa frente a la civilización actual. El vitalismo que se propone es justamente síntesis de estos elementos. Lo práctico y la moral serán exaltadas, más que lo metafísico. Según José Gaos, esta tradición esteticista es "típica del pensamiento latinoamericana", y es a través de ella que se expresa la fe en la virtud ética y política de la estética. Ardao dirá que el idealismo de Rodó no es metafísico, sino axiológico. El propio Rodó le dirá "neoidealismo". Este concepto de acción será parte de una tendencia constante a sobrepasar la dicotomía tradicional de materialismo como contrario al idealismo ontológico.


Otro punto interesante a desarrollar es si "Ariel" no es un comienzo de la filosofía latinoamericana, en tanto genera una identidad democrática a partir de un sujeto en construcción. Si bien son varias las fuentes que afirman que Rodó no fue propiamente un filósofo, en su idealismo práctica se denota al menos el reflejo de la tesis hegeliana que entendía a la filosofía como pensamiento de su tiempo, o la filosofía como la época puesta en pensamiento. Así, la filosofía será concebida como "la suprema flotación, el concepto de la forma total del espíritu, la consciencia y la esencia espiritual del estado todo; el espíritu de la época como espíritu que se piensa a sí mismo. El todo multiforme se refleja en esta como en el foco simple, como en su propio concepto que se sabe a sí mismo". Incluso, en términos de Yamandú Acosta, no solamente es el pensamiento de su tiempo, sino que también lo fue para cierto espacio sociocultural, "el de los sectores letrados de la América Latina de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX". Expresó las necesidades y expectativas vigentes de su tiempo, "orientando y motivando el sentimiento, el pensamiento y la acción hacia una realidad posible". A partir de una tensión entre la realidad criticada con el ideal, se pretende abandonar la realidad "meramente dada".


Leopoldo Zea sostendrá que, junto a "Nuestra América" de José Martí (1891), "Ariel" de Rodó en 1900 reviste un carácter fundacional en la formulación de un proyecto generacional. El filósofo mexicano lo ubicará como un "Proyecto Asuntivo" por el que "al terminar el siglo XIX y ante una nueva agresión de Estados Unidos expandiéndose sobre el Caribe y el Pacífico, para arrancar a España sus últimas colonias, ocupando su lugar, sin liberarla. La generación testigo de la agresión de 1898 se planteará la necesidad de volver a la propia realidad histórica, para asumirla, e incorporarlas a su propio modo de ser; asunción a partir de la cual ha de proyectarse un futuro más auténtico y pleno". Así, hablar de un proyecto supone a su vez un sujeto, condición que parece cumplirse, dando así en los términos hegelianos un comienzo a la filosofía latinoamericana.


Por otra parte, el sujeto que se supone a partir del proyecto asuntivo al que Leopoldo Zea hace referencia, se traduce un sujeto que va más allá de las intenciones de Rodó, construyendo en Ariel una de las obras fundadoras del pensamiento anti-imperialista.

Arturo Andrés Roig sostendrá en este punto que "la filosofía latinoamericana se ocupa de los modos de objetivación de un sujeto, a través de los cuales se autorreconoce y se autoafirma como tal". Hegel ya había establecido que esta objetivación del sujeto demanda "ponernos a nosotros mismos como valiosos". No hay comienzo de la filosofía sin la construcción de un sujeto. "Ariel" se da a esta tarea de determinar el momento de constitución de un sujeto, que implican a su vez la formulación de este a priori hegeliano de ponernos a nosotros mismos como valiosos. "Ariel", entonces, da un comienzo a la filosofía latinoamericana en 1900 que va más allá de lo historiográfico, encontrando en un primer momento su propia afirmación y, en un segundo momento, la constitución de un sujeto.

Este a priori antropológico se ve expresado en las palabras de Próspero a sus jóvenes discípulos:

"Anhelo a colaborar en una página del programa que, al prepararnos a respirar el aire libre de la acción, formularéis, sin duda, en la intimidad de vuestro espíritu, para ceñir a él vuestra personalidad moral y vuestro esfuerzo. Este programa propio- que algunas veces se formula y se escribe; que se reserva otras para ser revelado en el transcurso mismo de la acción- no falta nunca en el espíritu de las agrupaciones y los pueblos que son algo más que muchedumbres. Si con relación a la escuela de la voluntad individual pudo Goethe decir profundamente que sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarla día tras día para sí, con tanta más razón podría decirse que el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio: su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas.

Al conquistar los vuestros, debéis empezar por reconocer un primer objeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros"


Próspero es además el personaje mediante el cual Rodó se dirige a los "jóvenes discípulos". Así como dedica su "Ariel"- "a la juventud de América", el paralelismo que se da entre los dos universos discursivos yace en el relato del texto, por un lado, y aquel en que el texto comienza a circular buscando una fundamental interlocución, con una transparencia notable. Así, el sujeto de la enunciación y el destinatario del mensaje muestran una fuerte comunión. El "viejo y venerado maestro" (sujeto de enunciación), a través de la intertextualidad de Ariel, es el propio Rodó articulando su pensamiento y proyectándose. El sujeto-emisor transmite su mensaje a un sujeto-receptor constituido por los "jóvenes discípulos" a nivel narrativo y la juventud de América en lo que compete a la realidad sociocultural señalada en el acto mismo de la enunciación.


A través de la presencia del a priori antropológico, comienza entonces la filosofía latinoamericana. Los jóvenes discípulos, a través de la juventud de América, tendrán en sus manos un imperativo categórico generacional, que comprenderá como valioso el conocerse a sí misma, y por lo tanto construirse como sujeto. Sin embargo, pareciera que este sujeto es puramente receptor que, si vamos al texto en concreto, no parecería ser valioso en sí mismo, sino que parecería recepcionar este imperativo de su propia constitución con la disposición propia de su "aspecto filial" hacia el sujeto-emisor. El proceso comunicativo entre estos actores parece ser entonces carente de horizontalidad y bidireccionalidad. Básicamente, parecería ser que no es por un programa propio que la muchedumbre pasaría a constituirse como pueblo, sino que debe atenerse a la propuesta de Próspero. Al igual que en Alberdi, vemos un proceso similar al que Arturo Andrés Roig denomina como función de apoyo. Así, se pone de manifiesto la presencia de un sujeto absoluto y la garantía que ofrece su mensaje.


De esta manera, es a través de la identificación con Próspero ("el sabio mago de La Tempestad shakespereana") que el mensaje toma relevancia. La función de apoyo se vuelve explícita incluso con reiteradas expresiones ("Invoco a Ariel como mi numen" es la más clara). Fundamentalmente, es a través de Ariel que Rodó cumple la "función ideologizante". Así, se asocia la "tendencia juvenilista" que puede entenderse como la "conducción espiritual de la sociedad", con el deber de elevar la mirada política por encima de "las miserias de la menuda política de banderías y personalismos", con el cometido "específicamente latinoamericano" de elevar "los problemas locales con demasiada frecuencia aldeanos, consecuencia de aquellas políticas menudas, a una percepción global de los destinos nacionales que los ubicaban en marcos universales".


Ariel no pertenece al género utópico, pero cumple una función utópica a través de redimensionar la cultura política a través de su discurso. El referente utópico lo constituye, sin duda, el símbolo shakespereano de Ariel que le da título a la obra rodoniana. Cabe recordar cómo Ariel es caracterizado en el comienzo de la obra:


"Ariel es la razón y el sentimiento superior. Ariel es este sublime intento de perfectibilidad, por cuya virtud se magnifica y convierte en centro de las cosas, la arcilla humana a la que vive vinculada su luz - la miserable arcilla de que los genios de Arimanes hablan a Manfredo. Ariel es, para la Naturaleza, el excelso coronamiento de su obra, que hace terminarse el proceso de ascensión de las formas organizadas con la llamarada del espíritu. Antes triunfante significa idealidad y orden en la vida, noble inspiración en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delicadeza en las costumbres [...] Su fuerza incontrastable tiene por impulso todo el movimiento ascendente de la vida"


Ariel es una parte del espíritu, que como tal puede ser identificado tanto en personas como en pueblos. Justamente, desde esta consideración que surge del espíritu de los pueblos, puede decirse que Ariel domina la topía, tanto en Estados Unidos como en Latinoamérica (donde se observa con preocupación una fuerte nordomanía). La parte "calibanezca" del espíritu es asociada a la "sensualidad", la "torpeza", lo "utilitario"y el "interés". En otras palabras, podemos decir que Ariel "condensa las condiciones espírituales señaladas como superiores". Tomándo entonces a Ariel como el parámetro de la utopía, servirá como comparación para poder señalar los aspectos negativos que surgen por imitación de América Latina a Estados Unidos. Por eso, América Latina debe comprender que la "latinidad hace al americanismo". Este último punto le ha costado a Rodó la asociación de su lectura con una visión estereotipada, homogeneizante y reductivista del americanismo.


La reorientación del espíritu (en la dirección de Ariel) se vuelve entonces un deber, frente a las tendencias aparentemente instaladas y dominantes de orientación opuesta (hacia el sentido de Calibán).


Dirá Ardao: "El Próspero de Rodó señala el rumbo de Ariel a los jóvenes latinoamericanos del 900, pero más todavía a los que tendrían que venir después. Lo hace llamándolos, no a la contemplación pasiva, sino a la creación y el trabajo, el esfuerzo y la lucha". Sobre este punto, la cita a la que parece hacer referencia Ardao se encuentra en la página 125 de Ariel, y expresa en el personaje de Próspero: "Yo creo que América necesita grandemente de su juventud. He aquí por qué os hablo. He aquí por qué me interesa extraordinariamente la orientación moral de vuestro espíritu. La energía de vuestra palabra y vuestro ejemplo pueden llegar hasta incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra del futuro". El mensaje se identifica al sujeto, entonces, que no es objetivamente la población latinoamericana que hacia 1900 podía integrar ese grupo de edad, sino al sector de la "ciudad letrada". Es válido cuestionarse entonces: ¿Cómo se relaciona con los otros sectores de la juventud y de la sociedad en su conjunto? Por lo pronto, podemos responder que Rodó piensa a su modo a través de los términos del Generacionalismo, ateniendo el papel renovador y orientador que ese sector de la juventud debía llevar adelante ("el imperio de la razón y "la gracia de la inteligencia" como rasgos identitarios). Las circunstancias de América en 1900 llevaron a Rodó a señalar la importancia de la renovación de los liderazgos, con un fuerte recambio generacional proyectado a futuro.


La subjetividad que se construye, tanto desde las expresiones individuales como en los seres colectivos, viven en una constante tensión espiritual y cultural que Rodó simboliza en Ariel y Calibán. Esta tensión se disputa entre la concepción de vida racional y la concepción de vida utilitaria. Sin usar la expresión propia de Vaz Ferreira, Rodó da a entender que en esta tensión surge una falsa oposición. Surge entonces otra diferencia con la versión de Renán, que Rodó sintetiza en el siguiente fragmento:


"Piensa pues el maestro, que una alta preocupación por los intereses ideales de la especie es opuesta a todo el espíritu de la democracia. Piensa que la concepción de la vida, en una sociedad donde ese espíritu domine, se ajustará progresivamente a la exclusiva persecución del bienestar material como beneficio propagable al mayor número de personas. Según él, siendo la democracia la entronización de Calibán, Ariel no puede menos que ser el vencido en ese triunfo"


Renan, al adjudicar al triunfo de la democracia la predominancia del utilitarismo, sostiene que la misma no puede ser legitimada culturalmente. Rodó, por su parte, se orienta a una legitimación cultural de una identidad democrática que sea socialmente incluyente (sin perder por ello el carácter de las "legítimas diferencias"). Esta democracia debe tener un proceso de expansión a través de la transformación de la oposición de los principios en una relación de complementación y equilibrio en la que la utilidad opera como condición de posibilidad para aspirar de un modo fundado a realizaciones espirituales superiores y la racionalidad de dirección estetizante con lo que ella supone de libertad, proyecta el sentido de la utilidad más allá del horizonte estrecho de los intereses inmediatos.


Entonces, Rodó muestra una clara preocupación por la relación entre extensión de la democracia y la degradación de las formas pretendidamente superiores de la cultura espiritual. Sin embargo, no opta por sacrificar la primera en pos de enaltecer las segundas. La solución frente a esta supuesta correlación negativa entre extensión democrática y la selecta vida espiritual pasa entonces por una transformación cultural de la democracia. La legítima "igualdad social que ha destruído las jerarquías imperativas e infundadas" debe hacer lugar a "desigualdades legítimas".Sobre este punto, Rodó expresa: "La oposición entre el régimen de la democracia y la alta vida del espíritu es una realidad fatal cuando aquel régimen significa el desconocimiento de las desigualdades legítimas y la sustitución de la fe en el heroísmo por una concepción mecánica de gobierno". Así, las legítimas jerarquías "que tengan en la influencia moral su único modo de dominio y su principio en una clasificación racional" se verían desarrolladas, constituyendo un sujeto democrático que haría suya la idea de igualdad democrática, postulando una igualdad que no sería meramente política sino también social.


Sin embargo, es importante señalar que para Rodó no basta con la crítica que logre destruir las "jerarquías imperativas e infundadas". El carácter proyectivo de su obra exige una "revelación y el dominio de las verdaderas superioridades humanas", como forma de dar lugar a "las desigualdades legítimas", anteriormente mencionadas. Sólo así podría asegurarse la extensión y la consolidación de una democracia que no sea degenerativa de la cultura superior.


"Racionalmente concebida, la democracia admite siempre un imprescindible elemento aristocrático, que consiste en establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de los asociados. Ella consagra, como la aristocracia, la distinción de calidad; pero la resuelve a favor de las calidades realmente superiores- las de virtud, el carácter, el espíritu-, sin pretender inmovilizarlas en clases constituídas aparte de las otras, que mantengan a su favor el privilegio experable de la casta, renueva sin cosas su aristocracias dirigente en las fuertes vivas del pueblo y la hace aceptar por la justicia y un amor.

Hoy sabemos que no existe otro límite legítimo para la igualdad humana que el que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, consentido por la libertad de todos".


El fragmento señalado marca el desarrollo del sujeto en la obra de Rodó, quien debe ser democráticamente legitimado a la vez que él mismo legitime a la propia democracia. En este sujeto (legitimador y legitimado) la democracia es constituida y constituyente a su vez. El fundamento que Rodó brinda para este punto es que se trata de "una aristarquía de la moralidad y la cultura", en la que sus "superioridades morales, ue son un motivo de derechos, son principalmente un motivo de deberes". Además, añade; "todo espíritu superior se debe a los demás en igual proporción que los excede en capacidad de realizar el bien [...] tal como lo enseña la concepción cristiana de la vida" (que incorpora como suya).


"NInguna distinción más fácil de confundirse y anularse en el espíritu del pueblo que la que enseña que igualdad democrática puede significar una igual posibilidad, pero nunca una igual realidad, de influencia y de prestigio, entre los miembros de una sociedad organizada. Entre todos ellos hay un derecho idéntico para aspirar a las superioridades morales que deben dar razón y fundamento a las superioridades efectivas; pero sólo a los que han alcanzado realmente la posesión de las primeras debe ser concedido el premio de las últimas. El verdadero, el digno concepto de la igualdad reposa sobre el pensamiento de que todos los seres racionales están dotados por naturaleza de facultades capaces de un desenvolvimiento noble. El deber del Estado consiste en colocar a todos los miembros de la sociedad en distintas condiciones de tender a su perfeccionamiento. El deber del Estado consiste en predisponer los medios propios para provocar, uniformemente, la revelación de las superioridades humanas, dondequiera que existan. De tal manera, más allá de esta igualdad inicial, toda desigualdad estará justificada, porque será la sanción de las misteriosas elecciones de la naturaleza o del esfuerzo meritorio de la voluntad. Cuando se la concibe de este modo, la igualdad democrática, lejos de oponerse a la selección de costumbres y de las ideas, es el más eficaz instrumento de selección espiritual, es el ambiente providencial de la cultura. La favorecerá todo lo que favorezca el predominio de la energía inteligente".


De esta manera, la cultura queda sustentada en una democracia que extiende de forma universal la "igual posibilidad", que a partir del predominio de la energía inteligente provee las mejores condiciones que articulan igualdad y libertad. Esta cultura democrática genera entonces un libre consentimiento de los asociados a las desigualdades, aceptadas luego de ser legitimadas, luego de que la figura de la igualdad democrática sea asegurada por el Estado.


Este punto demarca la articulación entre Ariel y Calibán, ya que tanto desde la personalidad individual como en la personalidad de los pueblos, "el imperio de la razón" y "la gracia de la inteligencia" se condensan en el primero para constituir los fundamentos de un orden democrático auténtico, que será justamente la ya mencionada síntesis entre el cristianismo y la cultura clásica. Sobre este punto, Rodó expresa;


"Del espíritu del cristianismo nace, efectivamente, el sentimiento de igualdad, viciado por cierto ascético menosprecio de la selección espiritual y la cultura. De la herencia de las civilizaciones clásicas nacen el sentido del orden, de la jerarquía y el respeto religioso del genio, viciados por cierto aristocrático desdén de los humildes y los débiles. El porvenir sintetizará ambas sugestiones del pasado, en una fórmula inmortal. La democracia, entonces, habrá triunfado definitivamente"


En síntesis, podemos decir que consolidar una democracia no degenerativa supone la legitimidad del ejercicio del gobierno por parte de la ya mencionada aristocracia cultural. Este grupo no sería ajeno al orden democrático, sino que es el producto que lo legitima al ser quienes producen los valores superiores. Es a través de ese vínculo que la democracia alcanzaría ese triunfo definitivo. Si analizamos este pensamiento como hijo de su tiempo, podemos señalar como "Democracia" y "República" eran palabras que en "América la nuestra" permitían la instauración de gobiernos autocráticos. Así, la opción de una democracia que incluyera sin disimulos a sus gobernantes en una aristocracia, generaba una alternativa que al menos podemos catalogar de "razonable". La cantidad de gobiernos autocráticos o democrático-oligárquicos que se fundaron desde esas "ilegítimas desigualdades" que Rodó rechazaba, llevaron a plantear ese modelo democrático-aristócrata postulado en Ariel. El romanticismo presente en Rodó lleva a dudar quizá de la posibilidad de concretar su visión, más allá de la buena intención que pueda tener. Sin embargo, parece al menos un principio coherente con la racionalidad propuesta, junto a una ética política que buscaba ser (valga la redundancia, a partir de la razón) preferible.



Críticos

Negadores varios.

Es un dato que llama la atención cómo una obra que despertó tanta repercusión en Hispanoamerica no sucitó tal efecto en su propia ciudad. Es interesante cuestionar qué hubiera sido del Ariel de Rodó sin el impulso del artículo de Leopoldo Alas, en el que en el diario "Clarín" de ensayos hispanos denominó a Rodó como "el primer crítico de América". Contrario a este fervor, el público montevideano apenas sí había comprado sesenta ejemplares. Sin embargo, la historia ya es conocida. Rodó obtuvo un importante renombre que se difundió en todo el continente. Junto a los círculos de "arielistas" que comenzaron a brotar, no faltaron tampoco distintos críticos de su obra.


Victor Pérez Petit, persona con quien Rodó compartía la dirección de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, afirmó que "la metafísica de Rodó no va más allá del positivismo de Comte, modificado por el evolucionismo de Spencer".

El político y abogado Dardo Regules, quien además fue discípulo de Rodó, estableció que "lo único que nos dejó Rodó fue el concepto de vocación y una teoría de la tolerancia".

Gonzalo Zaldumbide, autor de un libro sobre rodó, escribió que era "un exento" a quien "no parece preocuparle nuestra significación de hombres en medio del universo, ni este enigma de sentir un alma que interroga en vano por el objeto de nuestra vida". Por otro lado, Luís A. Sánchez, un definido "anti-arielista" definió al idealismo de Rodó como "un grueso contrabando de vacilaciones y oportunismos", junto a un "menosprecio lanzado a la democracia".


El historiador Alberto Zum Felde afirmó que lo más característico del arielismo es simplemente "una norma de conciliación dialéctica", y escribió también que "el idealismo de Ariel carece de últimas razones y de un hondo sentido de la vida, siendo su profundidad sólo literaria", siendo la obra de Rodó "un diletantismo intelectual".


El historiador argentino José Luis Romero llegó a suponer que cuando Rodó hablaba de "las hordas inevitables de la vulgaridad" hacía referencia a las poblaciones indias y mestizas, cuando en realidad la vulgaridad a la que se hacía referencia era a la de "la vulgaridad entronizada y odiosa" de las clases altas, bárbaras y mediocres, hostiles a "las verdaderas superioridades".


El sociólogo Isaac Ganón afirmó que "el pensamiento de Rodó era de crítica", como sinónimo de no constructivo, ya que si bien partía de un idealismo, no llegaba a explicitar en qué consistía o cómo sería alcanzado. Este último testimonio es similar al del pedagogo cubano Medardo Vitier, quien en 1945 acusó a Rodó de no ofrecer "referencias concretas a los cuatro o cinco problemas que tiene por resolver Hispanoamérica".

El profesor uruguayo Alejandro C. Arias afirmó por su parte que a Rodó "la vida se le aparece como un juego armonioso de imágenes y que "tal vez no supo percibir cuánto hay de imperfecto, de agonístico, de caos mismo en la realidad".


Por último, dentro de este repaso de intelectuales que se expresaron contrariamente frente a las obras de Rodó, cabe mencionar a Mario Benedetti, quien incluyó a Rodó entre los "ilustres e importantes valores muertos del 900". Agregó que Rodó visitó el siglo XX solamente "como turista".


Más allá de las críticas señaladas, de la pertinencia o no de las mismas, pueden distinguirse tres etapas en la valoración de la obra de Rodó. La primera es caracterizada por una exaltación superficial e inflamada, aunque no fue exenta de la crítica ya señalada de Zum Felde. La segunda estuvo caracterizada por críticas punzantes, donde el mexicano Luis A. Sánchez sirve de claro ejemplo. La tercera muestra un conjunto de revisiones y puntualizaciones más sólidas y fundamentadas.

Roberto Fernández Retamar

Profesor y poeta cubano, Roberto Fernández Retamar es también conocido como director de la revista "Cara de las Américas", donde publicó un panfleto titulado "Calibán, notas sobre la cultura de nuestra América". En dicho libro, Fernández Retamar intenta dar un contexto latinoamericano a la imagen de Calibán. Apoyándose en una cita del Che Guevara en la que el guerrillero llama a la Universidad a "pintarse de negro, de mulato, de obrero y de campesino", Fernández Retamar busca hacer de Calibán un símbolo internacional de América Latina.


El ensayo fue publicado en 1971, cien años después del nacimiento de José Enrique Rodó. Son pocas las páginas que Fernández Retamar le dedica a la obra de Ariel. En ellas, marca las limitaciones de dicha obra y coincide con Mario Benedetti cuando expresa que Rodó es un autor del siglo XIX. Por otra parte, también reconoce que Rodó era sincero en sus errores y que, por lo menos, vio e identificó al "principal enemigo de los latinoamericanos entonces": Estados Unidos.


Sobre la figura de Calibán, Fernández Retamar señala que éste es "un anagrama forjado por Shakespeare a partir de caníbal, y este término, a su vez, proviene de caribe. El nombre, en sí mismo - caribe -, y en su deformación caníbal, quedó perpetuado a los ojos europeos de forma infame. Ya en los Diarios de navegación de Cristóbal Colón aparecen las primeras menciones europeas que servirían como hincapié para el símbolo construido posteriormente. Así, la imagen que asocia al caribe con el caníbal generará esta idea de "hombre bestial", situado al margen de la civilización y que necesariamente deberá ser combatido "a sangre y fuego". Fernández Retamar señalará esta concepción a una ideología propia de la burguesía naciente.


"La versión del colonizador- dice Fernández Retamar- nos explica que al caribe, debido a su bestialidad sin remedio, no queda otra alternativa que exterminarlo". Lo que el autor señala en este punto es el etnocidio vivido por nuestros pueblos en la historia y alerta a no impregnarse a "la conducta de los colonialistas". El caribe que fue descrito por Colón "es tan probable como que hubieran existido los hombres de un ojo y otros con hocico de perro", contrapone Fernández Retamar. Y es que el autor cubano denuncia cómo la mitología grecolatina, junto al bestiario medieval y las novelas caballerescas influyeron en el relato de una América salvaje, con necesidad de ser civilizada. Nuevamente, tenemos frente a nosotros el relato degradante que describe el colonizador al hombre que coloniza. Lo que para el autor es inconcebible es que "nosotros mismos hayamos creído durante un tiempo en esa versión", lo que sería prueba de hasta qué punto estamos influenciados por la "ideología del enemigo".


"El colonizador nos unifica", dice Fernández Retamar, y denuncia que nos hace "ver nuestras similitudes profundas más allá de accesorias diferencias". Montaigne, quien escribió el ensayo "De los caníbales" publicado en 1580, señalaba sobre esos seres que "guardan vigorosas y vivas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y útiles". Montaigne, quien fue además fuente literaria de Shakespeare, expresó; "nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones [...] lo que ocurre es que cada cual llama "barbarie" a lo que es ajeno a sus costumbres". Sin embargo, en Shakespeare Calibán será un esclavo salvaje y deforme que nunca tendrá suficientes injurias. Básicamente, en la obra de Shakespeare se asocia a Calibán como "la otra opción" frente al naciente mundo burgués. Sobre este punto hay un pasaje que cumple una función reveladora, en la que Próspero advierte a Miranda que no podrían deshacerse de Calibán únicamente porque "nos hace el fuego, sale a buscarnos leña, y nos presta servicios útiles". Este "hombre concreto", entonces, se lo presenta como un animal, no siendo nada malo robarle su tierra, esclavizarlo para vivir de su trabajo y, de si no es necesario para cumplir tareas que hacen a la supervivencia propia, exterminarlo.


Fernández Retamar tomará estos elementos para señalar cómo La Tempestad alude a América. Así, se señala una cita de Astrada Marín, en la menciona "el ambiente claramente indiano (americano) de la isla". Incluso se señalan varios nombres de sus personajes (Miranda, Fernando, Sebastián, Alonso, Gonzalo, Setebos). "Más importante que ello es saber que Calibán es nuestro Caribe", indicará el poeta cubano.


Así, la crítica que Fernández Retamar elaborará hacia Rodó señalará cómo este último asocia a Calibán con la civilización norteamericana, mientras que Ariel vendría a encarnar a "nuestra civilización", la cual no se identifica necesariamente con "nuestra América Latina" sino con la vieja Romania, asociando así nuestro legado al "Viejo Mundo". De esta manera, se señala que Rodó, al tomar la identificación Calibán-Estados Unidos del discurso pronunciado por Paul Groussac en Buenos Aires el 2 de mayo de 1898, caía en un desacierto. Por un lado, José Vasconcelos expresará; "Si los yankees fueron no más Calibán, no representarían mayor peligro". Por su parte, Benedetti observó que "quizá Rodó se haya equivocado cuando tuvo que decir el nombre del peligro, pero no se equivocó en su reconocimiento de dónde estaba el mismo".


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